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El 28 de julio de 1892, la ciudad de Zaragoza fue testigo del comienzo del derribo de uno de sus monumentos más emblemáticos: la Torre Nueva. Ubicada junto a la iglesia de San Felipe, este edificio, que había sido testigo de más de tres siglos de historia, fue condenado a desaparecer, a pesar de las protestas de la comunidad y de expertos de toda España.
La Torre Nueva: De la Construcción al Derribo
Origen y Construcción
Para entender la historia de la Torre Nueva, es necesario remontarse al 22 de agosto de 1504, cuando Fernando el Católico gobernaba los reinos de Aragón. En aquel entonces, el concejo zaragozano decidió construir una torre con un reloj para que los ciudadanos pudieran conocer la hora oficial sin depender de las campanas de las iglesias.
La construcción de la torre fue aprobada por Fernando el Católico y encomendada a una serie de maestros, entre los que se encontraban Gabriel Gombao, Juan de Sariñena, y Jaime Ferrer, un artesano relojero de Lérida, encargado de fabricar el reloj con dos campanas. La torre se erigió en la plaza donde estaban la iglesia de San Felipe y algunas casas señoriales.
Problemas de Construcción e Inclinación
Desde el inicio, la Torre Nueva presentó problemas. A pesar de que la cimentación se consideraba adecuada, estudios arqueológicos realizados en 1988 y 1990 revelaron que solo tenía 2 metros de cimientos, lo cual provocó que la torre se inclinara cuando alcanzó los 10 pies de altura. A partir de los 210 pies, la torre recuperaba la verticalidad, alcanzando finalmente una altura total de 312 pies (unos 80 metros).
Esta inclinación se convirtió en uno de los rasgos más característicos de la torre, aunque también en uno de los motivos por los cuales, siglos más tarde, se ordenaría su derribo.
Reformas y Desafíos
La Torre Nueva, que era la más alta de Zaragoza y de estilo mudéjar, sufrió numerosas reformas a lo largo de su historia. El reloj de Jaime Ferrer, colocado en 1508, tuvo que ser reemplazado varias veces debido a defectos en las campanas y al desgaste. La torre también sufrió modificaciones en su chapitel, que fue reemplazado en varias ocasiones hasta ser sustituido por un sencillo tejado en el siglo XIX.
La Torre Nueva en los Sitios de Zaragoza
Durante la Guerra de la Independencia, en 1808, la Torre Nueva jugó un papel crucial como punto de observación para los zaragozanos, que vigilaban los movimientos de las tropas francesas desde su cima. Sin embargo, tras la guerra, la torre sufrió daños y, en 1818, se encargó un informe que concluyó que, aunque la inclinación de la torre podía asustar, no representaba un peligro inminente.
La Sentencia de Muerte y el Derribo
La Decisión Final
A pesar de los esfuerzos por conservar la Torre Nueva, el 18 de enero de 1892, un informe de los arquitectos Antonio Ruiz de Salces y Simón Ávalos declaró que la torre representaba un peligro para la ciudad. El 24 de mayo de ese mismo año, el pleno municipal de Zaragoza votó a favor del derribo, que comenzó el 28 de julio de 1892 y se prolongó durante un año.
El Legado de la Torre Nueva
Aunque la Torre Nueva ya no existe, su recuerdo persiste en la memoria colectiva de Zaragoza. En la plaza San Felipe, donde se erigía la torre, su perímetro está marcado en el suelo, y un mural muestra cómo era. Además, en el Ayuntamiento de Zaragoza se conserva la última llave de la puerta de la torre, y en el Museo de Zaragoza se exhiben el escudo que había sobre la puerta y la maquinaria del último reloj que tuvo la torre.
Una escultura en la plaza San Felipe, representando a un joven mirando al cielo, recuerda el lugar donde se levantó la Torre Nueva, un símbolo de Zaragoza que, a pesar de su desaparición, sigue siendo un referente en la historia de la ciudad.
Conclusión
La historia de la Torre Nueva es un reflejo de cómo los monumentos pueden convertirse en parte esencial de la identidad de una ciudad. Su derribo fue un acto controvertido, lleno de protestas y controversias, pero su legado sigue vivo en la memoria de los zaragozanos y en los restos que aún se conservan. Aunque la Torre Nueva ya no adorna el skyline de Zaragoza, su historia perdura como un testimonio de la importancia de preservar el patrimonio cultural.